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MARITAIN O LA FECUNDIDAD DEL TOMISMO

Por Carlos Naudon De la Sota
(Este artículo fue publicado en la revista 'Política y Espíritu', #81, de Noviembre de 1952)

«Santo Tomás no es un límite: es un faro».- Lacordaire

Pocas vidas como la de Maritain pueden exhibir una variedad tan grande de obras y trabajos intelectuales y al mismo tiempo una mayor unidad vital de visualización doctrinal.
Y esta unidad se la da el tomismo. Pues antes que toda otra cosa, Maritain es un filósofo tomista. Ignorar esto es no sólo no comprender a Maritain en sí mismo, sino su obra toda y las lecciones que especialmente para nosotros los cristianos, ella arroja. Eso significa que Maritain primeramente es un metafísico, un estudioso del ser en cuanto ser, y luego que estas consideraciones son hechas por él apoyándose en los principios de Santo Tomás.

Su obra entera se ha dirigido a repensar, según la doctrina tomista, los problemas de nuestro tiempo, demostrando que ella es capaz de resolverlos de acuerdo con sus principios. No imita servilmente a Santo Tomás ni desea tampoco vestirlo a la moda de nuestra época, sino que extrae de sus principios, activa y vitalmente meditados, todas las verdades que contiene implícitamente, actualizando así «un tesoro cuyo alto precio ignora nuestra época», como dijera él mismo en un libro reciente.

ÉSTA HA SIDO LA GRAN SIGNIFICACIÓN DE MARITAIN

Después de él, la filosofía de Santo Tomás no será ya una filosofía de Seminarios ni un sistema muerto que sólo sirviera para exhibirlo en los museos de la historia del pensamiento humano, sino algo vivo, cuyos principios responden a las necesidades, exigencias e interrogantes del momento histórico en que vivimos, insertándose para siempre en el movimiento existencial de su cultura y de su vida. Con él, el tomismo (y con el tomismo, la filosofía cristiana, de la que éste es su más alta y acabada expresión) ha demostrado que puede estar activamente presente en todas las grandes cuestiones que plantean a nuestra generación la metafísica, la educación, la política, el arte.

No es ilegítimo – como algunos parecen creerlo – estar en desacuerdo con él en las aplicaciones concretas que de los principios tomistas concibe en filosofía política. Ni menos lo es estarlo en metafísica o en educación. Pero es una posición viciosa del espíritu no reconocer en él un gran apóstol intelectual del tomismo, que ha hecho realidad la petición que León XIII hiciera a los intelectuales católicos en su encíclica 'Aeternis Patris', de revitalizar y vigorizar el tomismo como el sistema más de acuerdo con la revelación y con la evolución del pensamiento moderno.

Con esta perspectiva, caminemos entonces por las anchas y dilatadas avenidas de la obra maritainiana.

En ‘Los Grados del Saber’, ‘Siete Lecciones sobre el ser’, ‘Filosofía de la Naturaleza’ e ‘Introducción a la Filosofía’, presenta al entendimiento en su marcha al encuentro de las diversas verdades jerárquicas, la que comienza con el saber sensible, que abraza toda la realidad sensible en cuanto mensurable y descriptible, en sus dos ramas, el saber que denomina empíreo-esquemático (física) y empíreo-descriptivo (zoología, botánica), para llegar al conocimiento metafísico, que es el más alto y abstracto, pues tiene por objeto el ser despojado de todo rastro sensible, pasando antes por la vía del saber matemático, que tiene por fin el ser en sus relaciones de cantidad, abstracción hecha de toda otra cualidad sensible.
‘La Filosofía Cristiana’ analiza el problema de si es posible hablar de una filosofía cristiana propiamente tal, llegando a concluir que la filosofía en su naturaleza no es cristiana ni pagana, pero que existe un estado cristiano de la filosofía, cual es hallarse encarnada en filósofos cristianos cuyas fuerzas naturales han sido elevadas por la gracia.

‘Reflexiones sobre la inteligencia’, ‘El Doctor Angélico’, ‘Religión y Cultura’, ‘La Filosofía Bergsoniana’, ‘De Bergson a Tomás de Aquino', nos presentan el sistema tomista como la verdadera solución en el orden intelectual de los males de nuestro tiempo, que para Maritain tienen su origen en una desviación de la inteligencia.

Estas obras tienen por objeto revitalizar el tomismo, haciendo que tome su organización propia y su desenvolvimiento autónomo.

En otro grupo de sus obras, repiensa, a la luz de esta gran doctrina, fundamentales problemas de nuestro tiempo. Tales son ‘Psicoanálisis y Freudismo’ en que distingue los aportes del psicoanálisis, muy valiosos en la técnica médica, del freudismo como concepción filosófica, que repudia; ‘Signo y Símbolo’, donde estudia los diversos estados por los que ha pasado la mentalidad primitiva a pesar de su igualdad específica; ‘Física y cantidad’ y ‘La relatividad de Einstein’, que enfrentan los problemas filosóficos de la matemática moderna; ‘Breve tratado sobre la existencia y lo existente’, acerca de la filosofía existencialista, a la que opone la filosofía existencial de Santo Tomás de Aquino; ‘Ciencia y Sabiduría’, contra la ciencia que pretende ser sabiduría. ‘La Educación en este momento crucial’, ardiente alegato contra la educación pragmática e intelectualista de nuestro tiempo, sobre la cual ha de levantarse una filosofía de la educación que tenga en vista la verdadera finalidad de ella: hacer al hombre verdaderamente hombre.

Y como para él «el problema de la filosofía cristiana y el de la política cristiana no son sino el aspecto especulativo y el aspecto práctico de un mismo problema», desciende del cielo metafísico a la arena candente de los problemas político-sociales. Y así, en "Tres Reformadores", estudia el origen, desenvolvimiento y crisis del mundo actual; ‘Individuo y Persona’; ‘Para una filosofía de la persona humana’ y ‘La persona y el bien común’, resuelven en la noción de bien común el antagonismo aparente del ser humano personal y de la sociedad, criticando los errores parciales y contrarios del liberalismo y del socialismo.

En ‘Primacía de lo espiritual’, ‘Del Régimen temporal y de la libertad’, ‘Principios de una política humanista’ y ‘Humanismo Integral’, echa las bases de un nuevo humanismo abierto a lo sobrenatural, que debería ser el espíritu que animara a una sociedad cristiana bajo los cielos históricos que vivimos.

Tal es la inmensa obra de este discípulo de Santo Tomás, obra ancha y profunda, propia de un espíritu que fue trabajado por todos los errores y todas las ilusiones de nuestros días y que supo encontrar la paz en la vieja sabiduría aristotélico-tomista. Y por ello es que tengo para mí, que el mejor homenaje que podemos rendirle, es mostrarla a la faz de nuestros contemporáneos como prueba viva de su fecundidad.